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Traducción del Cap. 3 del Libro “Catholic Homeschooling”: Enseñanzas de la Iglesia sobre el Matrimonio y la Educación

Traducción de Gabriel Sánchez

Gracias especiales a Tatiana Cardozo y Talía González por su apoyo

Capítulo 3

Enseñanzas de la Iglesia sobre el Matrimonio y la Educación

Dado que la educación de los hijos es una parte esencial de la vocación del matrimonio, es importante comprender las enseñanzas de la Iglesia Católica respecto al matrimonio y la educación.

La enseñanza clara y absoluta de la Iglesia Católica es que el matrimonio fue elevado al nivel de sacramento por Jesucristo. Esto se basa en el Evangelio de San Mateo, capítulo 19, versículos del 4 al 9:

¿No habéis leído que el que los creó desde el principio, los hizo hombre y mujer? Y añadió: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne. Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Las mismas palabras de Jesús se repiten en el Evangelio de San Marcos, capítulo 10, versículos del 2 al 12. Curiosamente, en ambos Evangelios, estas palabras de Jesús van seguidas del incidente en el que los niños pequeños se acercan a Él. “Le presentaron niños… y los discípulos reprendieron a quienes los llevaban.” No es coincidencia que los niños —el propósito principal del matrimonio— fueran presentados a Jesús inmediatamente después de Sus enseñanzas sobre el matrimonio. Los padres llevan a sus hijos a Jesús para recibir Su bendición.

Es evidente que Jesús quiere que los padres tengan hijos y los lleven hacia Él no solo físicamente, sino también espiritualmente—lo cual constituye el fundamento de nuestra vocación matrimonial para educar a nuestros hijos.

No fue coincidencia que Jesús realizara Su primer milagro público en una ceremonia de bodas, ni que el milagro fuera solicitado expresamente por Su propia Madre. Jesús quiere que entendamos que el matrimonio es una vocación sagrada y un sacramento, y que si cumplimos Su Voluntad respecto a las responsabilidades del matrimonio, recibiremos abundantes gracias y bendiciones, muchas de ellas por intercesión de Su Santísima Madre.

Según la Iglesia Católica, el propósito principal del matrimonio consiste en dos responsabilidades de igual importancia: la procreación de los hijos y la educación de los hijos.

Son responsabilidades de igual valor.

Son igualmente importantes.

La educación de los hijos por parte de los padres es un deber, una responsabilidad seria de la vocación del Sacramento del Matrimonio. Por las numerosas declaraciones de los papas, sabemos que esta educación incluye la «formación» diaria de los hijos por parte de sus padres para que sean buenos católicos, pero también abarca la responsabilidad de los padres de garantizar que, en la escolarización académica de sus hijos, ya sea en el hogar o en una escuela, la Fe Católica «impregne cada rama del conocimiento». Esto es de lo que se trata la educación en el hogar.

La educación en el hogar es una reafirmación del matrimonio del esposo y la esposa. De hecho, la educación en el hogar puede generar muchos cambios positivos en matrimonios donde los cónyuges se han distanciado.

Esto puede parecer una afirmación increíble, pero es absolutamente cierto. Es cierto porque, cuando los esposos y las esposas utilizan sus gracias sacramentales para cumplir con su vocación matrimonial de enseñar a sus hijos, obtienen más gracias, tanto gracia santificante como gracias actuales. Estas gracias permiten al esposo y a la esposa comprender y vivir un matrimonio católico auténtico y una vida familiar católica auténtica. Llegan a entender mejor sus propias creencias y valores católicos mientras educan en el hogar.

El compromiso y el sacrificio diario por parte de los padres al educar a sus hijos en el hogar pueden ayudarlos a crecer espiritualmente, así como en la práctica de un estilo de vida familiar auténticamente católico. Educar a los hijos está íntimamente entrelazado con los propósitos del matrimonio. Cuanto más enseñamos a nuestros hijos, más comprendemos nuestra vocación. Cuanto más comprendemos nuestra vocación, más exitosos serán los resultados de educar a nuestros hijos en el hogar.

Una declaración pública

Todo matrimonio católico es una declaración pública de que honramos los mandatos de Cristo respecto al matrimonio. Cada bebé nacido en una familia católica es una declaración pública a nuestra sociedad pagana de que obedecemos el mandato de Dios de crecer y multiplicarnos, de proveer almas para Su reino.

Cada familia católica que educa en casa está haciendo una declaración: que vamos a asumir la responsabilidad que Dios nos ha dado, y que vamos a tomarla en serio.

Así como Jesús es fiel a Su Iglesia, Su esposa, y será fiel a cada uno de nosotros como miembros de Su Iglesia, así también nosotros debemos ser fieles a Él siendo obedientes a Sus mandamientos. En consecuencia, seguir a Cristo significa ser fieles a nuestro cónyuge en el matrimonio, y ser fieles a nuestros hijos en su educación católica.

Tristemente hoy, afectados por nuestra sociedad excesivamente materialista, los jóvenes adultos católicos a menudo ven el amor y el matrimonio con una visión humanista. Incluso algunas conferencias pre matrimoniales se enfocan más en cómo los futuros esposos pueden llevarse bien y cómo evitar tener hijos, en lugar de en las enseñanzas de la Iglesia sobre las responsabilidades de la vocación del matrimonio.

En la sociedad estadounidense actual, la mayoría de los padres, católicos y no católicos, nunca aprenderán sobre la vocación y las responsabilidades del Sacramento del Matrimonio. Si las familias se involucran en la educación en casa o en actividades provida, pueden encontrar católicos que les den un buen ejemplo. Con suerte, esto los impulsará a leer y aprender sobre su vocación al matrimonio.

Para quienes deseen aprender las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el matrimonio, no hay escasez de material. La Iglesia Católica, consciente de la importancia del matrimonio y la familia, constantemente ha dado a sus hijos orientación en esta área. Quizá la encíclica más importante escrita para los católicos casados sea Casti Connubii (Sobre el Matrimonio Cristiano). Es el documento básico que todos los católicos casados y los católicos que consideran el matrimonio deberían leer y estudiar.

Casti Connubii

En esta encíclica, el Papa Pío XI, inspirado por el Espíritu Santo, instruyó a las parejas cristianas sobre las gracias que recibimos del Sacramento del Matrimonio para ayudarnos a vivir nuestros deberes en la vocación del matrimonio.

Estas gracias nos ayudan a cumplir con los deberes del estado matrimonial: el primero es cooperar con Dios en tener hijos, y el segundo deber es educar a nuestros hijos en la vida virtuosa cristiana.

El Papa Pío XI declaró:

  …los fieles pueden… abrir para sí mismos un tesoro de gracia sacramental, del cual obtienen poder sobrenatural para cumplir fielmente, santamente y perseverantemente con sus derechos y deberes, incluso hasta la muerte. Por lo tanto, este sacramento no solo incrementa la gracia santificante… sino que también añade dones particulares, disposiciones, semillas de gracia, elevando y perfeccionando las facultades naturales.

Así, la Iglesia Católica enseña que podemos tener acceso a un tesoro de gracia sacramental proveniente del Sacramento del Matrimonio. De ese tesoro podemos obtener poder sobrenatural. Este poder nos ayudará a cumplir con los derechos y deberes del estado matrimonial. Seremos capaces de cumplirlos fielmente. Podremos cumplirlos de manera santa. Seremos capaces de perseverar mientras cumplimos nuestros deberes. Con nuestras gracias matrimoniales, podremos perseverar incluso hasta la muerte.

La Iglesia Católica enseña que merecemos más gracia santificante conforme cumplimos nuestros deberes, y que incluso podemos merecer dones adicionales, como ciertas disposiciones o gracias, que eleven y perfeccionen algunas habilidades naturales que ya poseemos. Las capacidades naturales, en todos los ámbitos, parecen aumentar cuando los padres que educan en casa se dedican a fondo a cumplir estas responsabilidades.

El Papa Pío XI continúa:

  Por medio de estos dones, los esposos reciben asistencia no solo en el entendimiento, sino también en conocer íntimamente, en adherirse firmemente, en querer eficazmente y en llevar exitosamente a la práctica aquellas cosas que pertenecen al estado matrimonial, sus fines y sus deberes, dándoles el derecho a la asistencia real de la gracia, siempre que la necesiten para cumplir con los deberes de su estado.” (énfasis añadido)

La Iglesia Católica declara que recibiremos esa gracia de parte de Dios siempre que la necesitemos para cumplir con los deberes del estado matrimonial. Si creemos en Jesús, si creemos en Su Iglesia, si creemos en la infalibilidad del Papa como Vicario de Jesucristo, ¿cómo podríamos dudar, siquiera por un minuto, que tendremos las gracias y la capacidad para educar a nuestros propios hijos?

Algunos padres dicen que les falta confianza en su capacidad para enseñar a sus hijos. Pero no se nos pide tener confianza en nuestras propias capacidades. Se nos pide tener confianza en Jesucristo. Se nos pide tener confianza en Su Palabra contenida en la Biblia y en los documentos infalibles de la Iglesia proclamados por el Vicario de Cristo. Se nos pide tener confianza en las gracias que Él ya nos ha dado y sigue dándonos mientras enseñamos a nuestros hijos, cumpliendo con los deberes de la vocación del Sacramento del Matrimonio.

Por qué algunos padres no tienen éxito

El Papa Pío XI continúa explicando por qué algunos padres podrían no tener éxito en cumplir con sus responsabilidades:

Sin embargo, dado que es una ley de la Divina Providencia en el orden sobrenatural que el hombre no recoja el fruto completo de los sacramentos… a menos que coopere con la gracia, la gracia del matrimonio permanecerá en gran parte como un talento no utilizado, escondido en el campo, a menos que los esposos ejerzan estos poderes sobrenaturales, y cultiven y desarrollen las semillas de gracia que han recibido.

Si, sin embargo, hacen todo lo que está en su poder, cooperan diligentemente, entonces podrán llevar con facilidad las cargas del estado matrimonial y cumplir sus deberes. Por medio de tal sacramento, serán fortalecidos, santificados y, en cierto sentido, consagrados. 

El poder de educar

En la carta encíclica Casti Connubii, el Papa Pío XI repite una enseñanza de larga data de la Iglesia:

La bendición de los hijos, sin embargo, no se completa con el mero hecho de engendrarlos, sino que se debe añadir algo más, a saber, la adecuada educación de los hijos. Porqué el sabio Dios habría fallado en prever lo suficiente para los niños que han nacido… si no hubiera dado también a aquellos a quienes confió el poder y el derecho de engendrarlos, el poder también y el derecho de educarlos.

Ahora bien, es cierto que tanto por ley natural como por ley divina, el derecho y el deber de educar a sus hijos pertenecen en primer lugar a quienes iniciaron la obra de la naturaleza al darles la vida, y a ellos les está estrictamente prohibido dejar esta obra sin terminar… En el matrimonio, se ha hecho la provisión de la mejor manera posible para esta educación de los hijos.

Y luego el Papa Pío XI cita nuevamente el Código de Derecho Canónico de 1917, “El fin primario del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos.

Educación: el deber a largo plazo

En nuestra sociedad abusiva con los niños y promotora del aborto, es importante que el énfasis hoy entre los buenos católicos esté en reconocer que los hijos son un don de Dios, y que debemos permanecer abiertos a la vida en la unión matrimonial. El hecho es que la obligación a largo plazo para los padres, la obligación diaria, minuto a minuto, durante un período de muchos, muchos años, no es procrear, sino educar.

Por alguna razón, las conferencias pre matrimoniales dedican mucho del tiempo de clase a los aspectos físicos del matrimonio, y a si tal o cual método anticonceptivo está bien o no. Es una omisión grave en estas clases que las gracias del sacramento, así como el proceso a largo plazo del crecimiento espiritual de los miembros de la familia a través de la educación, sean ignorados.

El Padre Hardon sobre el matrimonio

En el verano de 1991, el Padre John Hardon, quien fue un teólogo católico destacado, dio un curso de verano en Christendom College sobre el Sacramento del Matrimonio. Enseñó los principios básicos de Cristo respecto al matrimonio. Su exposición sobre el sacramento fue tan hermosa que todos los que lo escucharon estaban llenos de gratitud a Dios por este gran don.

El primer mensaje del Padre Hardon fue que el matrimonio es una Ley Divina, que todo matrimonio debe ser monógamo, que el hombre solo puede tener una esposa y la mujer solo un esposo, hasta que uno de los dos muera. Y que todo matrimonio entre personas bautizadas es intrínsecamente indisoluble. No importa qué digan los no cristianos, ortodoxos orientales, protestantes o católicos disidentes, no puede ni podrá haber jamás un cambio en esta Ley Divina. La unidad y la indisolubilidad del matrimonio han sido siempre la enseñanza universal de la Iglesia de Jesucristo.

Este fundamento para el matrimonio significa que los padres deben trabajar sus problemas familiares, buscar soluciones juntos, y no huir de sus cónyuges. Esto significa que la familia será estable para los hijos, y brindará un ambiente sólido para educarlos en casa.

Una madre infeliz con su matrimonio puede y encontrará consuelo en la interacción diaria de enseñanza con sus hijos. No puede depender únicamente de sus propios problemas personales mientras enseña a sus hijos cada día, sino que debe orar y dar buen ejemplo, además de usar métodos más formales.

Gracias

Especialmente interesante para quienes educan en casa fue la lección del Padre Hardon sobre las gracias del matrimonio cristiano. Sabemos por nuestro catecismo que recibimos gracia santificante así como una gracia sacramental cuando recibimos cada sacramento.

Lo que la mayoría de nosotros no comprendía es que esta simple palabra, gracia, tiene tanto significado para nuestra vocación matrimonial. La gracia sacramental especial de cada sacramento, como enseña el catecismo, ayuda a nuestro intelecto a conocer cuál es la Voluntad de Dios, y a comprender mejor cómo cumplir la Voluntad de Dios al responder a ciertos acontecimientos en nuestra vida. Nos ayuda a orientar nuestra voluntad para cumplir la Voluntad de Dios. La gracia sacramental del Matrimonio nos ayuda a aplicar nuestro intelecto y voluntad a las situaciones relacionadas con nuestra vocación matrimonial.

El padre señaló que, si bien necesitamos estas gracias para ayudar a nuestro intelecto y voluntad, el propósito principal de estas gracias es ayudar a cada cónyuge a ser instrumento de gracia para el otro. El deber principal del esposo es ser canal de gracia para su esposa, para ayudar a santificarla; el deber principal de la esposa es ser canal de gracia para su esposo, para ayudar a santificarlo.

Además, los padres tienen gracias sacramentales especiales del Sacramento del Matrimonio mediante las cuales deben ser canales de gracia para sus hijos. Y por experiencia, muchos de nosotros hemos llegado a darnos cuenta de que nuestros hijos también actúan como canales de gracia para nosotros, los padres.

Ciertamente, las directrices que Dios dio a Moisés —que los padres deben enseñar a sus hijos y ser ejemplo para ellos, al sentarse y caminar, al levantarse y acostarse— nos muestran claramente que debemos ser “canales” para enseñar los Diez Mandamientos. Con la institución del Sacramento del Matrimonio por parte de Jesús, esta responsabilidad puede cumplirse más fácilmente gracias a las gracias sacramentales especiales. Y la responsabilidad se extiende más allá de los Diez Mandamientos. Incluye un estilo de vida familiar auténticamente católico.

La responsabilidad de ayudar a salvar las almas de los miembros de nuestra familia es una responsabilidad impresionante. Es una responsabilidad abrumadora. Obviamente, sin la abundancia de gracias sacramentales, esto sería imposible.

La conclusión es que debemos ser buenos. Debemos ser obedientes, no solo porque amamos a Dios, no solo para salvar nuestra propia alma, sino también porque necesitamos ser ejemplo para nuestro cónyuge y para nuestros hijos.

Entonces, después de lavarles los pies, tomó su manto, se reclinó de nuevo y les dijo: “¿Comprenden lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan.” (Juan 13, 12-15)

Cooperar con la gracia

Aunque recibimos estas gracias en el Sacramento del Matrimonio, debemos trabajar constantemente para hacer uso de ellas. Nada supera la combinación de fortalecimiento personal frente a los ataques diarios y continuos del enemigo espiritual: oración diaria, especialmente el Rosario, Misa diaria si es posible, y Confesión al menos una vez al mes.

A medida que cooperamos con la gracia, seremos capaces de ir más allá de los deberes estrictos de nuestra vocación, no solo para reconocer qué más debemos hacer, sino también para llevar a cabo estas responsabilidades más allá del deber estricto. La gracia nos ayuda a “ser apostólicos”, dice el Padre Hardon, con nuestro cónyuge, con nuestros hijos, e incluso con otras familias.

El cardenal Edouard Gagnon, del Consejo Pontificio para la Familia, me dijo en una conferencia en Filadelfia que los padres estadounidenses deben evangelizar dentro de sus propias familias. El cardenal cree que la educación en casa es vital para evangelizar de una generación a otra. Según él, es porque los padres descuidaron en el pasado su deber de educar a sus hijos por sí mismos y confiaron en las escuelas, que hoy hemos sufrido una pérdida de fe entre los católicos, afirmó el cardenal.

El matrimonio es permanente

Ninguna autoridad humana puede disolver un matrimonio válido, sacramental y consumado. Este principio merece especial atención, debido a la casi universal desintegración del matrimonio y la familia en “países materialmente superdesarrollados”, como dice el Padre Hardon. Las actitudes actuales sobre la libertad individual han llevado a muchas personas a pensar que el matrimonio es simplemente una relación de conveniencia, no una alianza hecha con un cónyuge y con Dios. En consecuencia, hay una pérdida de compromiso por parte de millones de personas hacia su matrimonio y hacia sus familias.

La educación en casa es una inversión totalmente contraria a estas tendencias modernas. Los padres que educan en casa están dispuestos a asumir compromisos ordenados por Dios: compromisos con la familia, compromisos con su cónyuge mientras enseñan juntos, y compromisos con sus hijos, compromisos serios que implican tiempo, energía y sacrificio.

El matrimonio fortalece la sociedad

Muchos padres que educan en casa comprenden que fortalecer el matrimonio y la familia también fortalece la sociedad. El compromiso de criar hijos católicos significa que los valores católicos de estos padres que educan en casa eventualmente “gobernarán el mundo”. Estos padres ven claramente que las recompensas eternas ofrecen la libertad suprema para ellos mismos y para sus hijos. Con las familias que educan en casa, la tendencia nacional hacia el divorcio y el nuevo matrimonio disminuirá considerablemente, tanto en esta generación como en la próxima.

Jesús se hizo hombre para redimir al género humano, no solo a las personas individualmente, sino también a las sociedades humanas, especialmente a la unidad básica de la sociedad humana: la familia. Las familias están llamadas a santificarse como familias, y Jesús “les mereció las gracias que necesitan para santificarse en esta vida”, como enseñó el Padre Hardon. Es un “tema recurrente en el Nuevo Testamento que Cristo ha redimido a la raza humana, no solo individualmente, sino también colectivamente, no solo en lo personal, sino también en lo social”.

Es parte de nuestra tradición católica que Dios ha ordenado a ciertos ángeles como guardianes de ciudades y pueblos, de iglesias y ayuntamientos, de naciones y pueblos. Por lo tanto, no es difícil imaginar que si las familias están llamadas a ser santas, si Cristo murió para redimir a las familias como tales, entonces cada familia debe tener un ángel guardián familiar.

En la ceremonia matrimonial del rito bizantino católico, el novio y la novia se colocan coronas, simbolizando el comienzo de un nuevo “reino” para Dios. De cada familia que vive la vida cristiana, no solo sus hijos poblarán el reino de Cristo, sino que una segunda generación vendrá a Cristo, y luego una tercera. Esto refleja las instrucciones del Éxodo, en las que Moisés dijo al pueblo que enseñara los Mandamientos de Dios a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.

Mis padres tienen nueve hijos vivos. Ocho están casados y hay 43 nietos vivos, y muchos bisnietos. ¡Eso es lo que yo llamo un reino familiar!

Caridad sobrehumana

Jesús exige “demandas sobrehumanas” a las personas casadas y a sus familias, especialmente una caridad sobrehumana entre ellos, afirma el padre Hardon. Es sobrehumano soportar, día tras día, los defectos del cónyuge. Es especialmente sobrehumano en la sociedad actual, donde todos estamos tan influenciados por la propaganda mediática que nos dice que “hagamos lo que queramos”, que “seamos nosotros mismos” y, como canta Frank Sinatra, que hagamos todo “a mi manera”.

“Sé fiel a ti mismo” tiene hoy un nuevo significado: “¡yo primero!”. Por eso, permanecer fiel a alguien de por vida, soportar sus defectos durante toda una vida, renunciar a nuestros propios deseos y aspiraciones por el bien del cónyuge, por el bien de la familia, por la gloria de Dios, exige un esfuerzo sobrehumano. Estas demandas sobrehumanas por parte de Dios solo pueden cumplirse con la “luz y fortaleza sobrehumanas disponibles gracias a la muerte redentora de Cristo en el Calvario”. Estos sacrificios personales sobrehumanos solo pueden alcanzarse con la gracia santificante, la gracia sacramental y la gracia actual, todas provenientes del Sacramento del Matrimonio y de los demás sacramentos.

En términos prácticos

Las personas casadas comprenden profundamente la enorme dificultad de obedecer el mandato de Cristo de “poner la otra mejilla”. No son nuestros enemigos quienes resultan más difíciles de perdonar. Es nuestro propio cónyuge quien muchas veces es tan difícil de perdonar. ¡Y a veces también nuestros hijos!

El padre Hardon declaró que el secreto para una vida matrimonial y familiar pacífica y feliz es darse cuenta de que nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestros padres y otros miembros de la familia son todos vehículos potenciales de gracia para nosotros. No hay otras criaturas que sean tan cercanas, tan constantes y tan providenciales. Por muy difíciles o exigentes que sean, nuestros familiares son un don de Dios, un regalo de Su amorosa Providencia, una oportunidad para crecer espiritualmente.

Sin embargo, para ver lo que Dios quiere que hagamos, para poder elegir lo que Dios quiere, se requiere oración diaria constante.

El padre Hardon nos recordó que, además de vivir un estilo de vida santo en nuestra vocación del matrimonio y la familia católica, nuestra familia debe ser testimonio en nuestra sociedad pagana de Cristo y de Sus enseñanzas.

En un mundo que ha “abandonado a Cristo, lo ignora e incluso lo rechaza abiertamente”, nosotros y nuestra familia debemos ser fuente de gracia en una sociedad que “literalmente lucha por sobrevivir”. Debemos tener un apostolado evangelizador de familia a familia.

Humanae Vitae

En la carta encíclica del Papa Pablo VI, Humanae Vitae (Sobre la Vida Humana), se explican cuidadosamente las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la procreación de los hijos. En esta encíclica, el Papa repite las enseñanzas de la Iglesia respecto a la importancia de la educación como parte esencial de la vocación matrimonial. Escribe sobre la colaboración con Dios “en la generación y educación de nuevas vidas”. Y nuevamente afirma: “El matrimonio y el amor conyugal están, por su naturaleza, orientados a la procreación y educación de los hijos”.

El Papa Pablo VI declaró que:

Las parejas cristianas casadas… deben recordar que su vocación cristiana… se ve fortalecida por el sacramento del matrimonio. Por medio de este, el esposo y la esposa son fortalecidos y como consagrados para el cumplimiento fiel de sus propios deberes, para llevar a cabo su vocación propia hasta la perfección, y para dar testimonio cristiano, que les es propio, ante el mundo entero.

Obsérvese nuevamente que el Papa subraya que los esposos que han recibido el Sacramento del Matrimonio están consagrados para que puedan cumplir adecuadamente los fines propios del estado matrimonial.

La vocación de los padres para educar

En las décadas de 1960 y 1970, los padres católicos comenzaron a educar en casa porque creían que era la única opción para proteger a sus hijos. Los padres empezaron a investigar las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia para determinar si la educación en casa contaba con la aprobación eclesial.

Históricamente, tradicionalmente y doctrinalmente, la Iglesia Católica no solo apoya, sino que promueve decididamente que los padres eduquen a sus propios hijos.

En 1875, el Vaticano envió “Instrucciones” a los obispos de los Estados Unidos en relación con los niños católicos que asistían a las escuelas públicas.

Instrucciones del Santo Oficio a los Obispos de los EE. UU., 24 de noviembre de 1875

A la Sagrada Congregación, este método (de la educación pública) ha parecido intrínsecamente peligroso y absolutamente contrario al Catolicismo. En efecto, debido al programa especial adoptado por estas escuelas que excluyen toda instrucción religiosa, los alumnos no pueden captar los elementos de la fe, ni son instruidos en los preceptos de la Iglesia, y por tanto se ven privados de aquello que es más esencial para que el hombre conozca y sin lo cual es imposible vivir de manera cristiana…

El 14 de julio de 1864, [el Papa Pío IX] escribió al Arzobispo de Friburgo: “En todos los lugares, en todos los países donde este pernicioso plan para privar a la Iglesia de su autoridad sobre las escuelas se formula, y peor aún, se pone en práctica, con el resultado de que los jóvenes estarán expuestos al peligro de perder su fe, es deber de la Iglesia hacer todo esfuerzo no solo por tomar medidas para obtener la instrucción esencial y la formación religiosa para los jóvenes, sino aún más, por advertir a los fieles, y hacerles ver claramente que no pueden frecuentar tales escuelas que se establecen en contra de la Iglesia Católica.”

Estas palabras, fundadas en la ley natural y divina, establecen con claridad un principio general, tienen un alcance universal, y se aplican a todos los países donde este método perjudicial de instrucción de los jóvenes desafortunadamente llegue a introducirse.

Es, por tanto, absolutamente necesario que todos los obispos hagan todo esfuerzo para asegurarse de que el rebaño que les ha sido confiado pueda evitar todo contacto con las escuelas públicas.

Si las escuelas públicas del siglo diecinueve eran moralmente inaceptables, ¿cuánto más se aplica esta condena a las escuelas de hoy?

La Instrucción continúa:

Esta instrucción y esta necesaria educación cristiana de sus hijos es frecuentemente descuidada por aquellos padres que permiten que sus hijos frecuenten escuelas donde es imposible evitar la pérdida de almas o quienes, no obstante la existencia de una escuela católica bien organizada en las cercanías o la posibilidad de que sus hijos sean educados en otro lugar en una escuela católica, los encomiendan a las escuelas públicas sin razón suficiente y sin haber tomado las precauciones necesarias para evitar el peligro de perversión; es un hecho bien conocido que, de acuerdo con la enseñanza moral católica, tales padres, si persisten en su actitud, no pueden recibir la absolución en el Sacramento de la Penitencia.

Incluso hay algunas escuelas que se llaman a sí mismas “católicas” que no proclaman la plenitud de la verdad católica. Los padres no deben asumir que la palabra “Católica” en el membrete de una escuela o en la entrada principal garantiza fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia.

Si no hubiera sido por los problemas en las escuelas, los padres católicos probablemente ni siquiera habrían pensado en enseñar a sus hijos en casa, y no habrían descubierto las alegrías del auténtico estilo de vida familiar católico. No habrían comprendido las bendiciones de vivir la Fe Católica cada día en cada aspecto de sus vidas.

Escuelas del gobierno

Cuando comenzaron las escuelas públicas del gobierno después de la Guerra Civil, no había clases de “religión” protestante en estas escuelas del gobierno. Pero la filosofía o los valores protestantes impregnaban los libros de texto y el currículo; los maestros eran protestantes, y los niños católicos estaban siendo influenciados por ellos.

En la Carta Educativa de Blumenfeld de septiembre de 1990, el Sr. Blumenfeld citó a un católico del siglo XIX con respecto a las escuelas públicas americanas:

“En lo que respecta a los católicos, el sistema de Escuelas Comunes en este país es un monstruoso motor de injusticia y tiranía. Prácticamente, opera como un gigantesco plan de proselitismo… la fe de nuestros hijos es socavada gradualmente… En general, en la medida en que se presenta como religioso, es anticatólico; y en la medida en que es secular, es pagano.”

Hoy, muchos niños católicos asisten a las escuelas del gobierno o a escuelas “católicas” e interiorizan los valores seculares. El programa parroquial tradicional de CCD de una hora por semana, incluso si presenta ideas católicas tradicionales, no puede competir con las siete horas al día, cinco días a la semana, que los niños católicos pasan en el campo del enemigo de la Iglesia Católica. Las escuelas están apartando las almas de los niños del amor a Dios, alejándolas del amor a la familia, alejándolas del amor a la patria, alejándolas del amor a nuestra Fe Católica.

En la siguiente encíclica, el Papa León XIII declaró que los jefes de familia están obligados a mantener a sus hijos alejados de escuelas donde haya falta de devoción y reverencia hacia Dios.

Encíclica Sapientiae Christianae, 10 de enero de 1890

Este es un momento oportuno para exhortar especialmente a los jefes de familia a gobernar sus hogares de acuerdo con estos preceptos, y a educar a sus hijos desde sus primeros años. La familia puede considerarse la cuna de la sociedad civil, y en gran medida dentro del círculo de la vida familiar se fomenta el destino del Estado. En consecuencia, aquellos que se apartarían de la disciplina cristiana están trabajando para corromper la vida familiar y para destruirla completamente, de raíz y rama. Con tal propósito impío, no se detienen ante el hecho de que están infligiendo una cruel injusticia a los padres, quienes tienen el derecho, dado por la naturaleza, de educar a aquellos a quienes han engendrado; derecho al que se une el deber de armonizar la instrucción y la educación con el fin para el cual les fueron dados sus hijos por la bondad de Dios.

Incumbe entonces a los padres hacer todo esfuerzo por resistir los ataques en este punto y defender a toda costa el derecho de dirigir la educación de sus hijos, como es justo, de una manera cristiana; y, ante todo, mantenerlos alejados de las escuelas donde existe el riesgo de que se impregnen del veneno de la impiedad.

Donde se trata de la correcta educación de los jóvenes, ningún esfuerzo o trabajo es demasiado. En este asunto hay muchos católicos de diversas naciones que merecen ser elogiados y que incurren en grandes gastos y muestran gran celo en abrir escuelas para la educación de los niños. Es deseable que este noble ejemplo sea seguido según las necesidades de los tiempos.

Sin embargo, que todos estén firmemente convencidos, ante todo, de que las mentes de los niños se forman mejor por encima de todo mediante la enseñanza que reciben en el hogar. Si en sus años de crecimiento encuentran en sus hogares la norma de una vida recta y el ejercicio de la virtud cristiana, la salvación de la sociedad estará en gran parte asegurada.

El currículo total debe ser piadoso

En 1897, en la encíclica Militantis Ecclesiae, el Papa León XIII enseña que todo el programa educativo debe estar impregnado del «sentido de la piedad cristiana», con un sentido de devoción y reverencia hacia Dios y las doctrinas enseñadas por Jesucristo.

Encíclica Militantís Ecclesiae, 1 de agosto de 1897

En este asunto debe prestarse especial atención a estos puntos. Ante todo, los católicos no deben frecuentar escuelas “mixtas” [aquellas para católicos y no católicos], especialmente las de los niños pequeños. Deben tener en todas partes sus propias escuelas y deben elegir maestros excelentes y dignos de confianza. Una educación que contenga errores religiosos o que prohíba toda religión está llena de peligros; y esto sucede a menudo en las escuelas que hemos llamado “mixtas”. Que nadie se persuade fácilmente de que la piedad puede separarse de la instrucción sin impunidad.

De hecho, en ningún período de la vida, ya sea en asuntos públicos o privados, puede prescindirse de la religión, y mucho menos en esa edad inexperta, llena de vida, pero rodeada de tantas tentaciones corruptoras, puede excusarse de las obligaciones religiosas.

Cualquiera, por tanto, que organice la educación de modo que se descuide cualquier punto de contacto con la religión, está destruyendo la belleza y la honestidad en sus mismas raíces, y en lugar de ayudar al país, está preparando la degeneración y destrucción de la raza humana. Porque, una vez eliminado Dios, ¿quién puede hacer que los jóvenes comprendan sus deberes o redimir a aquellos que se han desviado del camino recto de la virtud y han caído en el abismo del vicio?

La religión no debe enseñarse a la juventud sólo durante ciertas horas, sino que todo el sistema educativo debe estar impregnado del sentido de la piedad cristiana. Si esto falta, si este espíritu santo no penetra e inflama las almas del maestro y del alumno, se derivará poco beneficio de cualquier otro tipo de educación; en cambio, se causará daño.

Casi toda clase de formación tiene sus peligros, y sólo con dificultad podrán ser evitados para la juventud en crecimiento, especialmente si faltan los controles divinos que reprimen sus mentes y voluntades. Por tanto, debe tenerse gran cuidado para que lo que es esencial, a saber, la búsqueda de la justicia y la piedad, no se relegue a un segundo plano, confinando a los jóvenes al mundo visible y dejando así que su potencial vital para la virtud se pudra; de modo que, una vez más, mientras los maestros, con doloroso esfuerzo, ejerciten en materias aburridas y analicen sílabas y acentos, no descuiden que la verdadera sabiduría, cuyo principio es el temor del Señor y cuyos preceptos exigen obediencia en toda circunstancia de la vida.

Una vasta instrucción debe ir de la mano con el cuidado del progreso espiritual; la religión debe impregnar y dirigir cada rama del conocimiento, cualquiera sea su naturaleza, y por su dulzura y majestad debe dejar una impresión tan grande en las mentes de los jóvenes que los incite a cosas mejores.

Como siempre ha sido intención de la Iglesia que cada rama del estudio sea de gran utilidad para la formación religiosa de la juventud, esta materia particular no sólo debe tener su lugar, sino el lugar principal, y nadie debe ser encargado de un papel docente tan importante si no ha sido previamente declarado apto para ese propósito por el juicio y la autoridad de la Iglesia.

Sobre la Educación Cristiana de la Juventud

Otra gran encíclica católica es Sobre la educación cristiana de la juventud, o en latín, Divini Illius Magistri, publicada en 1929 por el Papa Pío XI.

Esta carta encíclica es el documento más poderoso de la Iglesia Católica que ordena la responsabilidad parental en la educación de los hijos. Pío XI cita el Código de Derecho Canónico de 1917, canon 1113:

Los padres tienen una grave obligación de velar por la educación religiosa y moral de sus hijos, así como por su formación física y cívica, en la medida en que puedan, y además de proveer por su bienestar temporal.

León XIII es citado extensamente en esta encíclica:

Por naturaleza, los padres tienen derecho a la formación de sus hijos, pero con el deber añadido de que la educación e instrucción del niño estén en conformidad con el fin para el cual fue engendrado por la bendición de Dios. Por tanto, es deber de los padres hacer todo esfuerzo para impedir cualquier invasión de sus derechos en esta materia, y asegurarse absolutamente de que la educación de sus hijos permanezca bajo su propio control, de acuerdo con su deber cristiano, y sobre todo, de rechazar enviarlos a aquellas escuelas en las que hay peligro de absorber el veneno mortal de la impiedad. (Énfasis añadido)

El Papa Pío XI continúa citando al Papa León XIII: “…la obligación de la familia de criar a los hijos incluye no sólo la educación religiosa y moral, sino también la educación física y cívica, principalmente en cuanto a que toca aspectos relacionados con la religión y la moral.” Esta es una cita importante para que los padres la recuerden, ya que nos recuerda que las gracias sacramentales ayudarán a los padres-maestros en todas las áreas académicas.

Educación familiar

El Papa Pío XI continúa en Divini Illius Magistri:

Deseamos llamar su atención de manera especial al actual y lamentable declive de la educación familiar… pues para el deber y la obligación fundamentales de educar a sus hijos, muchos padres tienen poca o ninguna preparación, inmersos como están en las preocupaciones temporales. La influencia decreciente del ambiente doméstico se ve aún más debilitada por otra tendencia… que hace que los niños sean enviados con mayor frecuencia lejos del hogar, incluso en sus años más tiernos. Y hay un país donde los niños están siendo realmente arrancados del seno de la familia para ser formados (o, para hablar con más precisión, para ser deformados y corrompidos), en escuelas y asociaciones sin Dios, hacia la irreligión y el odio… así se renueva de una manera real y más terrible la matanza de los Inocentes. (Énfasis añadido)

Estas fueron palabras fuertes del Papa. Cuando los niños son deformados y corrompidos en escuelas impías, esto constituye una matanza de los inocentes más real y más terrible que la bíblica matanza de los Inocentes, según dice el Papa. Y esto fue mucho antes de que se enseñara a los niños de quinto grado a practicar cómo poner condones a plátanos en el aula.

Las siguientes páginas contienen más citas de esta misma encíclica del Papa Pío XI:

Por tanto, es igual de importante no equivocarse en la educación, como lo es no equivocarse en la búsqueda del fin último, con el cual está íntima y necesariamente unido todo el trabajo educativo. De hecho, dado que la educación consiste esencialmente en preparar al hombre para lo que debe ser y para lo que debe hacer aquí abajo, a fin de alcanzar el sublime fin para el cual fue creado, está claro que no puede haber verdadera educación que no esté completamente orientada al último fin del hombre. Y en el actual orden de la Providencia, dado que Dios se ha revelado a nosotros en la Persona de su Hijo Unigénito, quien solo es “el Camino, la Verdad y la Vida,” no puede haber educación idealmente perfecta que no sea educación cristiana.

La educación cristiana es necesaria para la sociedad humana

De ahí la importancia suprema de la educación cristiana, no solo para cada individuo, sino para las familias y para toda la sociedad humana. La excelencia incomparable de la obra de la educación cristiana se manifiesta clara y evidente; pues, en definitiva, su objetivo es asegurar el Bien Supremo, es decir, Dios, para las almas de quienes son educados, y el máximo bienestar posible aquí en la tierra para la sociedad humana. Y esto lo hace con la misma eficacia de la que el hombre es capaz, es decir, cooperando con Dios en la perfección de los individuos y de la sociedad, ya que la educación imprime en el alma la primera, más poderosa y duradera huella para la vida, según el conocido dicho del Sabio: «Instruye al niño en el camino que debe seguir, y aun cuando sea viejo, no se apartará de él.»

La familia tiene derechos educativos prioritarios sobre la sociedad civil

La educación es esencialmente una actividad social y no meramente individual. Ahora bien, existen tres sociedades esenciales, distintas entre sí pero armoniosamente unidas por Dios, en las que el hombre nace: de estas, dos, a saber, la familia y la sociedad civil, pertenecen al orden natural. En primer lugar está la familia, instituida directamente por Dios para su propósito particular, la procreación y formación de la descendencia; por esta razón, tiene prioridad de naturaleza y, por lo tanto, de derechos sobre la sociedad civil.

Todas las acciones deben realizarse a la luz de lo sobrenatural

Esto queda claramente expuesto por Pío X, de santa memoria: «Todo lo que hace un cristiano, incluso en el orden de las cosas terrenales, no puede desconocer lo sobrenatural; más aún, debe, según la enseñanza de la sabiduría cristiana, ordenar todas las cosas hacia el sumo bien como a su fin último; además, todas sus acciones, en cuanto sean buenas o malas en el orden moral, es decir, conforme o no a la ley natural o divina, caen bajo el juicio y jurisdicción de la Iglesia.»

Los derechos de la familia en la educación no pueden ser violados

Por tanto, la familia recibe directamente del Creador la misión, y por consiguiente el derecho, de educar a los jóvenes, un derecho inalienable porque está unido inseparablemente a una obligación estricta, un derecho anterior a cualquier derecho de la sociedad civil y del Estado, y por lo tanto inviolable por parte de cualquier poder en la tierra. 

Que este derecho es inviolable, Santo Tomás lo prueba de la siguiente manera: «El hijo es naturalmente algo del padre… por lo tanto, por derecho natural, el niño, antes de llegar al uso de la razón, está bajo el cuidado del padre. Sería contrario a la justicia natural que el niño, antes de alcanzar el uso de la razón, fuese apartado del cuidado de sus padres, o que se dispusiese algo respecto a él contra su voluntad.» Y como este deber por parte de los padres perdura hasta que el hijo esté en condiciones de valerse por sí mismo, este mismo derecho inviolable de los padres sobre la educación también permanece. «La naturaleza no pretende solamente la generación de la prole, sino también su desarrollo y progreso hacia la perfección del hombre en cuanto hombre, es decir, hacia el estado de virtud», como el mismo Santo Tomás afirma.

Los hijos pertenecen a la familia

En este punto, el sentido común de la humanidad está tan plenamente de acuerdo, que entraría en abierta contradicción con quienes osasen sostener que los hijos pertenecen al Estado antes que a la familia, y que el Estado tiene un derecho absoluto sobre su educación. Insostenible es el argumento que aducen, a saber, que el hombre nace ciudadano y, por tanto, pertenece primariamente al Estado, sin tener en cuenta que, antes de ser ciudadano, el hombre debe existir; y la existencia no proviene del Estado, sino de los padres, como sabiamente declaró León XIII: «Los hijos son algo del padre y, por así decirlo, una extensión de la persona del padre; y, para ser exactos, entran y forman parte de la sociedad civil, no directamente por sí mismos, sino a través de la familia en la que nacieron.»

«Y por eso», dice el mismo León XIII, «el poder del padre es de tal naturaleza que no puede ser destruido ni absorbido por el Estado, pues tiene el mismo origen que la vida humana misma.»

La educación debe estar en consonancia con el fin de la existencia del hombre

Sin embargo, de esto no se sigue que el derecho de los padres a educar a sus hijos sea absoluto y despótico, pues está necesariamente subordinado al fin último y a la ley natural y divina, como León XIII declara en otra encíclica memorable, donde resume los derechos y deberes de los padres: «Por naturaleza, los padres tienen el derecho a la formación de sus hijos, pero con este deber añadido: que la educación e instrucción del niño estén en armonía con el fin para el cual, por bendición de Dios, fue engendrado.»

Las leyes del Estado deben proteger los derechos educativos de la familia

En consecuencia, en materia de educación, es derecho —o mejor dicho, deber— del Estado proteger mediante su legislación los derechos primarios ya mencionados de la familia en lo que respecta a la educación cristiana de sus hijos y, por tanto, también respetar los derechos sobrenaturales de la Iglesia en este mismo ámbito de la educación cristiana.

La educación cristiana concierne al hombre en su totalidad

Nunca debe olvidarse que el sujeto de la educación cristiana es el hombre en su integridad: alma unida al cuerpo por naturaleza, con todas sus facultades, tanto naturales como sobrenaturales, tal como la recta razón y la revelación lo muestran; el hombre, por tanto, caído de su estado original pero redimido por Cristo y restaurado a la condición sobrenatural de hijo adoptivo de Dios, aunque sin los privilegios preternaturales de la inmortalidad corporal o el perfecto dominio de las pasiones. Así, persisten en la naturaleza humana los efectos del pecado original, entre los cuales los principales son la debilidad de la voluntad y las inclinaciones desordenadas.

La mente debe ser iluminada, la voluntad fortalecida

«La necedad está ligada al corazón del niño, pero la vara de la corrección la alejará.» Por tanto, las inclinaciones desordenadas deben ser corregidas, las tendencias buenas fomentadas y reguladas desde la tierna infancia, y, sobre todo, la mente debe ser iluminada y la voluntad fortalecida por la verdad sobrenatural y los medios de la gracia. Sin ellos, es imposible dominar los impulsos del mal e imposible alcanzar la plena y perfecta educación que la Iglesia propone, la cual Cristo ha enriquecido abundantemente con la doctrina divina y los Sacramentos, medios eficaces de la gracia.

La educación sexual en las escuelas: un grave peligro

Otro peligro muy grave es el naturalismo que hoy invade el campo de la educación en esa cuestión tan delicada como es la pureza de las costumbres. Demasiado común es el error de quienes, con peligrosa seguridad y bajo un término reprobable, promueven una llamada «educación sexual», imaginando erróneamente que pueden armar a los jóvenes contra los peligros de la sensualidad mediante meros medios naturales, como una iniciación temeraria e instrucciones preventivas impartidas indiscriminadamente, incluso en público y, lo que es aún peor, exponiéndolos desde temprana edad a situaciones de riesgo, con el argumento de acostumbrarlos y, por así decirlo, endurecerlos contra tales peligros.

Los males provienen de la debilidad de la voluntad

Estas personas yerran gravemente al no reconocer la debilidad innata de la naturaleza humana y la ley de la que habla el Apóstol, que lucha contra la ley de la mente. También ignoran lo que demuestran los hechos: que las malas prácticas en los jóvenes no se deben tanto a la ignorancia del intelecto como a la debilidad de una voluntad expuesta a ocasiones peligrosas y privada de los medios de la gracia.

La educación en la familia es más eficaz y duradera

El primer elemento natural y necesario en este ambiente educativo es la familia, precisamente porque así lo ha dispuesto el Creador. Por tanto, la educación recibida en una familia cristiana bien ordenada y disciplinada será, por regla general, más efectiva y perdurable, y tanto más eficaz cuanto más claro y constante sea el buen ejemplo dado, primero por los padres y luego por los demás miembros del hogar.

El lamentable declive de la educación familiar

Sin embargo, Venerables Hermanos y amados hijos, deseamos llamar especialmente vuestra atención sobre el lamentable declive actual en la educación familiar. Mientras que para los oficios y profesiones de la vida terrenal —que ciertamente son de mucha menor importancia— se requiere un largo y cuidadoso estudio, muchos padres, sumergidos en preocupaciones mundanas, tienen poca o ninguna preparación para cumplir con su deber fundamental de educar a sus hijos.

Los pastores deben ayudar a los padres en la enseñanza de sus hijos

Por el amor de nuestro Salvador Jesucristo, imploramos a los pastores de almas que, por todos los medios a su alcance —mediante instrucciones, catequesis, palabras y escritos ampliamente difundidos— adviertan a los padres cristianos sobre sus graves obligaciones. Esto debe hacerse no solo de manera teórica y general, sino con aplicación práctica y específica a las diversas responsabilidades de los padres respecto a la formación religiosa, moral y cívica de sus hijos, indicando además los métodos más adecuados para hacer esta educación verdaderamente eficaz, sin olvidar el poder del ejemplo personal en el hogar.

Padres, sed pacientes, pero también disciplinad a vuestros hijos

El Apóstol de las Gentes no dudó en descender a estos detalles prácticos en sus epístolas, especialmente en la Carta a los Efesios, donde advierte: «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos.» Este error no nace tanto del exceso de severidad, sino de la impaciencia y del desconocimiento de los medios idóneos para corregir, agravado por la relajación general de la disciplina paterna que permite el crecimiento de pasiones desordenadas en la juventud.

Los padres son vicarios de Dios en la educación

Los padres y educadores deben ejercer sabiamente la autoridad recibida de Dios, a cuyo poder representan. Esta autoridad —destinada no a su beneficio, sino a formar a los hijos en el «temor de Dios, principio de la sabiduría»— es el único fundamento del verdadero orden familiar y social. Sin ella, la paz y prosperidad son imposibles.

Se prohíbe a los padres enviar a sus hijos a escuelas irreligiosas

De esto se sigue que la llamada escuela «neutral» o «laica», de la que se excluye la religión, es contraria a los principios fundamentales de la educación. Además, tal escuela no puede existir en la práctica; está destinada a volverse irreligiosa. No es necesario repetir lo que Nuestros Predecesores han declarado sobre este punto, especialmente Pío IX y León XIII, en tiempos en que el laicismo comenzaba de manera particular a infestar las escuelas públicas.

Renovamos y confirmamos sus declaraciones [de 1864, 1880, 1884, 1886, 1887 y 1894], así como los Sagrados Cánones, en los que se prohíbe frecuentar escuelas no católicas, ya sean neutrales o mixtas, aquellas que están abiertas tanto a católicos como a no católicos, está prohibido para los niños católicos, o como máximo se tolera, únicamente con la aprobación del Ordinario [obispo], bajo circunstancias determinadas de lugar y tiempo, y con precauciones especiales. Tampoco pueden los católicos aceptar ese otro tipo de escuelas mixtas donde, aunque se proporcione instrucción religiosa separada a los estudiantes, el resto de las lecciones se imparten en común con alumnos no católicos bajo maestros no católicos.

Nota: El Canon 798 del Código de Derecho Canónico de 1983 establece: «Los padres han de confiar sus hijos a aquellas escuelas que proporcionen una educación católica. Si no pudieren hacerlo, están obligados a procurar que se provea una adecuada educación católica para sus hijos fuera de las escuelas.»

La definición de una auténtica escuela católica

El mero hecho de que una escuela ofrezca alguna instrucción religiosa (a menudo extremadamente limitada) no la alinea con los derechos de la Iglesia y de la familia cristiana, ni la hace un lugar apto para estudiantes católicos. Para serlo, es necesario que toda la enseñanza y la organización completa de la escuela —sus maestros, planes de estudio y libros de texto de todo tipo— estén regulados por el espíritu cristiano, bajo la dirección y supervisión maternal de la Iglesia. Así, la religión debe ser verdaderamente el fundamento y la corona de toda la formación de la juventud, y esto aplica a todos los niveles escolares, no solo a la educación elemental, sino también a las instituciones intermedias y superiores.

Como bien expresó León XIII: «No basta que la instrucción religiosa se imparta a los jóvenes en ciertos momentos fijos, sino que es necesario que todas las demás materias estén impregnadas de piedad cristiana. Si esto falta, si esta atmósfera sagrada no penetra y calienta los corazones tanto de maestros como de alumnos, poco bien puede esperarse de cualquier tipo de aprendizaje, y con frecuencia resultarán graves daños.»

El hombre sobrenatural es fruto de la educación cristiana

El fin propio e inmediato de la educación cristiana es cooperar con la gracia divina en la formación del verdadero y perfecto cristiano… Pues el auténtico cristiano debe vivir una vida sobrenatural en Cristo: «Cristo quien es tu vida”, y manifestarlo en todas sus acciones… Por esta misma razón, la educación cristiana abarca toda la vida humana, física y espiritual, intelectual y moral, individual, doméstica y social…

Así pues, el verdadero cristiano, producto de la educación cristiana, es el hombre sobrenatural que piensa, juzga y actúa constantemente y de manera coherente conforme a la recta razón iluminada por la luz sobrenatural del ejemplo y la enseñanza de Cristo.

El hombre católico perfecciona lo natural con lo sobrenatural

El cristiano auténtico no renuncia a las actividades de esta vida, no reprime sus facultades naturales; sino que las desarrolla y perfecciona, coordinándolas con lo sobrenatural. De este modo ennoblece lo que es meramente natural en la vida…

La educación cristiana ennoblece y beneficia a la sociedad humana

Este hecho lo demuestra toda la historia del cristianismo y sus instituciones, que no es otra cosa que la historia de la verdadera civilización y del progreso hasta el día de hoy. Se manifiesta de manera conspicua en las vidas de los numerosos santos, que la Iglesia —y sólo ella— produce; en quienes se realiza perfectamente el propósito de la educación cristiana, y que de todas las maneras han ennoblecido y beneficiado a la sociedad humana.

La educación cristiana ha beneficiado a todas las instituciones sociales

¿Qué decir de los fundadores de tantas instituciones benéficas y sociales, de la inmensa cantidad de educadores santos, hombres y mujeres, que han perpetuado y multiplicado su obra de vida, dejando tras de sí prolíficas instituciones de educación cristiana, en ayuda de las familias y para la ventaja inestimable de las naciones?

Tales son los frutos de la educación cristiana. Su precio y valor se derivan de la virtud y la vida sobrenaturales en Cristo que la educación cristiana forma y desarrolla en el hombre. De esta vida y virtud, Cristo Nuestro Señor y Maestro es la fuente y el dispensador. Con su ejemplo, Él es al mismo tiempo el modelo universal, accesible a todos, especialmente a los jóvenes, en el período de su vida oculta, una vida de trabajo y obediencia, adornada con todas las virtudes, personales, domésticas y sociales, ante Dios y los hombres.

Las enseñanzas siguen vigentes

El contenido de la encíclica Sobre la Educación Cristiana de la Juventud ha sido enseñado una y otra vez en encíclicas y documentos papales, hasta el tiempo presente. En 1955, en una carta papal al cardenal de Malinas, el Papa Pío XII escribió sobre esta encíclica:

“Los principios inviolables que este documento establece respecto a la Iglesia, la familia y el Estado en materia de educación, se basan en la misma naturaleza de las cosas y en la verdad revelada. No pueden ser sacudidos por el vaivén de los acontecimientos. En cuanto a las reglas fundamentales que prescribe, éstas tampoco están sujetas al desgaste del tiempo, puesto que son sólo el eco fiel del Divino Maestro, cuyas palabras nunca pasarán. La encíclica es una verdadera Carta Magna de la educación cristiana, ‘fuera de la cual ninguna educación es completa y perfecta’.”

Más adelante en la misma carta, el papa repite la enseñanza de que la familia tiene una “prioridad de derecho sobre el Estado en materia de educación.” Pero la Iglesia tiene el derecho y el deber de enseñar “las verdades más altas y las leyes de la vida religiosa y moral.” Y el papa concluye:

“Por tanto, el Estado tiene el deber de respetar los derechos prioritarios de la familia y de la Iglesia en materia de educación, e incluso proteger estos derechos. Si el Estado llegara a ‘monopolizar la educación’, esto violaría los derechos de los individuos, de la familia y de la Iglesia.”

La responsabilidad divina

En la encíclica Mit Brennender Sorge, de 1937, el Papa Pío XI escribió duras palabras para quienes pretendían tener escuelas católicas:

“La conservación formal de la instrucción religiosa, especialmente cuando está controlada y encadenada por personas incompetentes, en una atmósfera escolar que, en la enseñanza de otras materias, actúa sistemática y maliciosamente contra la religión, nunca puede ser una justificación para que un cristiano creyente otorgue libremente su aprobación a una escuela que apunta a destruir la religión.”

“… tened esto en cuenta: ningún poder terrenal puede liberaros de la responsabilidad divina que os une a vuestros hijos. Ninguno de aquellos que hoy están suprimiendo vuestro derecho en materia de educación, y que pretenden liberaros de vuestro deber en este asunto, serán capaz de responder por ti a Dios Todopoderoso cuando Él pregunte: “¿Dónde están aquellos que te he confiado?” Que cada uno de ustedes pueda responder: “No he perdido a ninguno de los que Tú me confiaste.” (Juan 18,9)

Summi Pontificatus, 20 de octubre de 1939

La tarea encomendada por Dios a los padres, de proveer al bienestar material y espiritual de sus hijos y de procurar para ellos una formación adecuada, impregnada del verdadero espíritu religioso, no puede serles arrebatada sin una grave violación de sus derechos.

Sin duda, dicha formación debe también aspirar a preparar a los jóvenes para cumplir, con inteligencia, conciencia y orgullo, los deberes de un noble patriotismo, que otorga a la patria terrenal la justa medida de amor, entrega y servicio. Por otro lado, una formación que olvida, o peor aún, que deliberadamente falla en dirigir la mirada y el deseo de los jóvenes hacia su patria celestial, sería una injusticia hacia la juventud, una injusticia hacia los derechos y deberes inalienables de la familia cristiana…

Las almas de los niños, dadas a sus padres por Dios y consagradas en el Bautismo con el carácter real de Cristo, son un encargo sagrado sobre el cual vela el amor celoso de Dios. El mismo Cristo que pronunció las palabras: “Dejad que los niños vengan a mí”, a pesar de toda su misericordia y bondad, amenazó con terribles males a quienes ofenden a los más queridos de su Corazón.

De todo lo que existe en la faz de la tierra, sólo el alma es inmortal.

Un sistema de educación que no respetara los recintos sagrados de la familia cristiana protegida por la santa ley de Dios, que atacara sus cimientos, que impidiera a los jóvenes el camino hacia Cristo… que considerara la apostasía de Cristo y de la Iglesia como prueba de fidelidad al pueblo o a una clase determinada, se estaría pronunciando su propia condena…

Discurso a los maestros

En un discurso a los profesores de secundaria en 1949, el Papa Pío XII declaró que la “Cátedra de Pedro” siempre se ha dedicado a defender los derechos parentales. Escribió:

“[La Cátedra de Pedro] nunca consentirá que la Iglesia, que recibió este derecho [de velar por el bienestar de las almas] por mandato divino, o la familia, que lo reclama por la justicia natural, se vea privada del ejercicio efectivo de este derecho natural.”

Concilio Vaticano II

En la Declaración sobre la Educación Cristiana del Concilio Vaticano II, octubre de 1965, muchas de las citas anteriores se repiten, remarcando y apoyando las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. De hecho, las palabras de este Concilio son incluso más fuertes que las de documentos previos:

Puesto que los padres han dado la vida a sus hijos, están obligados por grave deber a educarlos, y por tanto deben ser considerados como sus primeros y principales educadores. Su papel en la educación es de tal importancia que, donde falta, apenas puede suplirse. Porque es tarea de los padres crear el tipo de ambiente familiar inspirado por el amor y por la devoción a Dios y al prójimo, que sea favorable a la educación personal y social plena de sus hijos.

La familia es, por tanto, la escuela principal de las virtudes sociales que son necesarias en toda sociedad. Es, sobre todo, en la familia cristiana —inspirada por la gracia y la responsabilidad del sacramento del matrimonio— donde los hijos deben ser enseñados a conocer y adorar a Dios y a amar al prójimo… En la familia, los niños tienen su primera experiencia de una sociedad humana bien equilibrada… Los padres deben comprender cuán importante es el papel que la verdadera familia cristiana juega en la vida y el progreso de todo el Pueblo de Dios. (Énfasis añadido)

En el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, el Papa y los obispos enseñan, en el Párrafo 11:

Los [padres cristianos] son los primeros en transmitir la fe a sus hijos y en educarlos en ella. Por la palabra y el ejemplo los forman para una vida cristiana y apostólica… [ellos] afirman con vigor el derecho y deber de los padres y tutores de dar a sus hijos una educación cristiana.

La misión de ser la célula vital primaria de la sociedad ha sido confiada a la familia por el mismo Dios. Esta misión se cumplirá si la familia, por el afecto mutuo de sus miembros y por la oración, se presenta como un santuario doméstico de la Iglesia (“Iglesia doméstica” es otra traducción); si toda la familia participa en el culto litúrgico de la Iglesia; si ofrece hospitalidad activa y practica la justicia y otras buenas obras para el bien de todos los que sufren necesidad.

Las familias cristianas dan un testimonio muy valioso de Cristo ante el mundo cuando permanecen a lo largo de toda su vida unidas al Evangelio y mantienen el ejemplo del matrimonio cristiano.

En el Decreto sobre la Constitución Pastoral de la Iglesia, el Concilio declaró:

… por su misma naturaleza, la institución del matrimonio y del amor conyugal está ordenada a la procreación y educación de la descendencia… Cuando se les otorga la dignidad y el papel de padre y madre, [los padres] cumplirán con entusiasmo sus deberes de educación, especialmente la educación religiosa, que recae principalmente sobre ellos. (n. 48)

El matrimonio y el amor conyugal están por naturaleza ordenados a la procreación y educación de los hijos… Los esposos deben considerar como su misión propia transmitir la vida humana y educar a sus hijos. (n. 50)

El Papa Pablo VI, en un discurso ante el Comité para la Familia en 1974, habló sobre las virtudes que la familia debe promover:

… el hogar es el lugar privilegiado del amor, de la comunión profunda de las personas, del aprendizaje en el continuo y progresivo don de sí del esposo y la esposa entre sí… Este amor presupone necesariamente ternura, dominio de sí, comprensión paciente, fidelidad y generosidad…

Y también: «El amor conyugal no debe solamente dominar el instinto, sino que debe vencer sin cesar el egoísmo.»

Catechesi Tradendae

En Catechesi Tradendae (La Catequesis en Nuestro Tiempo), una exhortación apostólica promulgada en 1979, el Papa Juan Pablo II nos recuerda las enseñanzas tradicionales de la Iglesia respecto a la enseñanza del catecismo:

La actividad catequética de la familia tiene un carácter especial, que en cierto sentido es insustituible. Este carácter especial ha sido justamente subrayado por la Iglesia, particularmente por el Concilio Vaticano II.

Las notas a pie de página de esta afirmación señalan que los concilios de la Iglesia han “insistido en la responsabilidad de los padres respecto a la educación en la fe.” Se citan el Sexto Concilio de Arlés, el Concilio de Maguncia, el Sexto Concilio de París, documentos de Pío XI, los “numerosos discursos y mensajes de Pío XII” y varios documentos del Concilio Vaticano II.

Aquí está la cita de Catechesi Tradendae que explica por qué funciona la educación católica en casa:

La educación en la fe por parte de los padres, la cual debe comenzar desde la edad más temprana de los niños, ya se está dando cuando los miembros de una familia se ayudan mutuamente a crecer en la fe mediante el testimonio de sus vidas cristianas, un testimonio que con frecuencia carece de palabras, pero que persevera a lo largo de la vida cotidiana vivida de acuerdo con el Evangelio. Esta catequesis es más incisiva cuando, en el curso de los acontecimientos familiares (como la recepción de los sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el nacimiento de un hijo, un duelo), se tiene cuidado de explicar en el hogar el contenido cristiano o religioso de estos eventos.

El Papa Juan Pablo II continúa diciendo:

[En lugares] donde la incredulidad generalizada o el secularismo invasivo hacen que el crecimiento religioso auténtico sea prácticamente imposible, «la iglesia doméstica» sigue siendo el único lugar donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis. Por ello, no puede haber demasiado empeño por parte de los padres cristianos para prepararse a este ministerio de ser catequistas de sus propios hijos y para llevarlo a cabo con un celo incansable.

Obsérvese la expresión “iglesia del hogar”, que es similar a las expresiones papales anteriores “iglesia doméstica” y “santuario del hogar”.

Código de Derecho Canónico

El Código de Derecho Canónico de 1983 habla con firmeza sobre los derechos y responsabilidades de los padres en la educación de sus hijos, en todas las materias, y especialmente en la educación religiosa y en la preparación de sus hijos para la recepción de los sacramentos:

Canon 226.2:

Los padres, porque han dado la vida a sus hijos, están obligados por la obligación más grave y gozan del derecho de educarlos; por tanto, corresponde en primer lugar a los padres cristianos cuidar de la educación cristiana de sus hijos conforme a la doctrina transmitida por la Iglesia.

Canon 774.2:

Antes que nadie, los padres están obligados por el deber de formar a sus hijos con la palabra y el ejemplo en la fe y la práctica de la vida cristiana…

El canon 776 proclama:

“El párroco debe promover y fomentar el papel de los padres en la catequesis familiar mencionada en el Canon 774.2.”

El Canon 793.1 establece:

Los padres y aquellos que ocupan su lugar (como los tutores) están obligados por el deber y gozan del derecho de educar a sus hijos; los padres católicos también tienen el deber y el derecho de seleccionar aquellos medios e instituciones mediante los cuales, a la luz de las circunstancias locales, puedan proveer mejor a la educación católica de sus hijos. (Énfasis añadido)

El Canon 835.4:

…los padres participan de manera especial en esta tarea de santificación a través de su vida conyugal en el espíritu cristiano, y en el cuidado de la educación cristiana de sus hijos.

El Canon 1055.1 declara:

“La alianza matrimonial… por su propia naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos…”

El Canon 1134 declara:

“… en el matrimonio cristiano, además, los esposos son fortalecidos y, por así decirlo, consagrados por este sacramento especial para las obligaciones y la dignidad de su estado.”

El Canon 1136, de la sección “Los efectos del matrimonio”:

Los padres tienen un deber gravísimo y gozan del derecho primario de educar lo mejor posible a sus hijos en lo físico, social, cultural, moral y religioso. (Énfasis añadido)

El Canon 1366 declara:

“Los padres, o quienes ocupen el lugar de los padres, que entreguen a sus hijos para ser bautizados o educados en una religión no católica deben ser castigados con censura u otra pena justa.”

En Educación en casa y el nuevo Código de Derecho Canónico, el abogado canónico Edward N. Peters escribe:

Los derechos canónicos de los padres sobre la educación de sus hijos están fuertemente afirmados en el Código de Derecho Canónico de 1983. Por lo tanto, cualquier intento, ya sea por parte de autoridades eclesiásticas competentes u otros, de restringir el ejercicio prudente de estos derechos educativos (incluyendo, como argumentaremos más adelante, la decisión de los padres de educar en casa a sus hijos) debe ser, por ley canónica, estrictamente examinado, no sea que el ejercicio de esos derechos sean injustamente obstaculizados… Lo importante es comprender que las cuestiones relativas a la práctica de la educación en casa afectan no solo al derecho del niño a recibir una educación, sino en última instancia a la identidad sacramental y misión de la familia y de cada uno de sus miembros.

Familiaris Consortio de San Juan Pablo II

Quizá el documento moderno más importante para las familias que educan en casa sea la exhortación apostólica El papel de la familia cristiana en el mundo moderno, o Familiaris Consortio, publicada en 1981. Esta encíclica debería servir como base de estudio más profundo para los padres católicos que educan en casa, en la medida en que crecemos en una comprensión más profunda del Sacramento del Matrimonio y de las gracias y deberes del estado matrimonial.

San Juan Pablo II proclama:

La tarea de educar está enraizada en la vocación primaria de los esposos de participar en la actividad creadora de Dios: al engendrar en el amor y por amor a una nueva persona, que lleva en sí misma la vocación al crecimiento y al desarrollo, los padres, por ese mismo hecho, asumen la tarea de ayudar a esa persona a vivir plenamente la vida humana… la familia es la primera escuela de esas virtudes sociales que toda sociedad necesita. El derecho y el deber de los padres de educar es esencial, ya que está conectado con la transmisión de la vida humana; es original y primario respecto al papel educativo de otros… es irremplazable e inalienable, y por tanto, incapaz de ser totalmente delegado a otros o usurpado por otros. Además de estas características, no debe olvidarse que el elemento más básico, tan fundamental que califica el papel educativo de los padres, es el amor paternal, que encuentra su cumplimiento en la tarea educativa… así como ser una fuente, el amor de los padres es también el principio animador y, por tanto, la norma que inspira y guía toda actividad educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de la bondad, constancia, generosidad, servicio, desinterés y sacrificio, que son el fruto más precioso del amor.

Es evidente que los padres que educan en casa deben asegurarse de que ellos mismos están desarrollando estas virtudes cristianas, y que sus hijos también las están adquiriendo. De este modo, podemos aportar estas virtudes a nuestra sociedad. San Juan Pablo II continúa en esta exhortación subrayando la prioridad educativa de los padres al llamarla una “misión”.

Para los padres cristianos, la misión de educar… tiene una nueva fuente específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra para la educación estrictamente cristiana de sus hijos… los enriquece con sabiduría, consejo, fortaleza y todos los demás dones del Espíritu Santo, con el fin de ayudar a los hijos en su crecimiento como seres humanos y como cristianos.

El sacramento del matrimonio otorga al papel educativo la dignidad y vocación de ser realmente y verdaderamente un “ministerio” de la Iglesia, al servicio de la edificación de sus miembros. Tan grande y espléndido es el ministerio educativo de los padres cristianos, que santo Tomás [de Aquino] no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes.

Una conciencia viva y atenta de la misión que han recibido con el sacramento del matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse al servicio de la educación de sus hijos con gran serenidad y confianza, y también con un sentido de responsabilidad ante Dios.

Carta de los Derechos de la Familia

En 1983, el papa Juan Pablo II publicó la Carta de los Derechos de la Familia, principalmente para apoyar a los padres en su derecho a oponerse a los programas de educación sexual en las escuelas. El Papa reafirma el papel insustituible de la familia, reconociéndola como titular de los derechos primarios en la educación de los hijos.

La familia constituye mucho más que una mera unidad jurídica, social y económica: es una comunidad de amor y solidaridad, singularmente apta para enseñar y transmitir valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar tanto de sus miembros como de la sociedad.

La familia es el lugar donde distintas generaciones se encuentran y se ayudan mutuamente a crecer en sabiduría humana, armonizando el derecho individual con otras exigencias de la vida social…

Dado que [los padres] han dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educarlos; por lo tanto, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos.

Los padres tienen derecho a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas, teniendo en cuenta las tradiciones culturales de la familia… Los padres tienen derecho a elegir libremente escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos conforme a sus convicciones.

Los padres tienen el derecho de asegurarse de que sus hijos no sean obligados a asistir a clases que no estén de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas.

Los derechos de los padres son violados cuando se impone un sistema obligatorio de educación por parte del Estado del cual toda formación religiosa está excluida.

Es evidente que el plan de Dios para las familias cristianas es que los padres se dediquen a educar a sus hijos. Esta no es una misión al azar, sino una misión de tiempo completo, un deber y un mandato, que debe cumplirse a diario. Abarca principalmente la educación religiosa y la preparación para los sacramentos, pero incluye asegurarse de que esa educación esté impregnada de un espíritu de piedad.

Algunos padres deciden educar en casa por razones académicas, y a menudo encuentran que la lucha es demasiado difícil. Pero aquellos que están comprometidos con la Fe y con auténticos valores familiares católicos son capaces de sobrellevar tremendas presiones y cruces, incluso provenientes de miembros de la familia.

Los pastores, obispos y otros religiosos deben alentar a los padres que están dispuestos a hacer los difíciles sacrificios necesarios para cumplir su misión y deber enseñando a sus hijos en casa. El Papa Juan Pablo I, en septiembre de 1978, al hablar a un grupo de arzobispos y obispos de los Estados Unidos, comentó sobre la importancia de la oración familiar. Declaró que la iglesia doméstica, a través de la oración familiar, podría dar lugar a una renovación de la Iglesia y a una transformación del mundo. “Un apostolado muy relevante” para el siglo XX, creía, es la enseñanza por parte de los padres del amor de Dios y el apoyo parental de la Fe mediante el buen ejemplo.

En conclusión, el Papa Juan Pablo I suplicó a los obispos americanos:

Queridos hermanos, queremos que sepan dónde están nuestras prioridades. Hagamos todo lo que podamos por la familia cristiana, para que nuestro pueblo pueda cumplir su gran vocación en el gozo cristiano y compartir íntima y eficazmente en la misión de la Iglesia —la misión de Cristo— de salvación.

Carta a las Familias

El papa Juan Pablo II declaró 1994 como el Año de la Familia y comenzó el año con su Carta a las Familias. En este documento, el papa retoma las enseñanzas tradicionales sobre los derechos y responsabilidades de los padres y los hijos. Comienza escribiendo: “La celebración del Año de la Familia me brinda una grata oportunidad para tocar a la puerta de tu hogar, ansioso por saludarte con profundo afecto y pasar tiempo contigo.” El papa enfatiza que Dios dio a su Hijo Unigénito al mundo, pero que eligió hacerlo entrar “en la historia humana a través de la familia… El divino misterio de la Encarnación del Verbo está así íntimamente relacionado con la familia humana.”

La primera sección de este documento es importante para enseñar nuevamente qué significa el matrimonio, por qué Dios instituyó el Sacramento del Matrimonio. Bajo el título “La Civilización del Amor,” el papa habla del Pacto Matrimonial, la Unidad de los Dos, el Bien Común del Matrimonio y la Familia, el Sincero Don de Sí Mismo, la Paternidad Responsable y la Maternidad, y que el Amor exige.

Al final de esta sección (sección 16), el papa escribe sobre la educación en la familia. Señala que los padres, en el proceso de educar a sus hijos, se están entregando a ellos.

16. ¿Qué implica criar a los hijos? Al responder esta pregunta, se deben tener en cuenta dos verdades fundamentales: primero, que el ser humano está llamado a vivir en la verdad y el amor; y segundo, que todos encuentran realización a través del sincero don de sí mismos. Esto es cierto tanto para el educador como para el educando. La educación es, por tanto, un proceso único en el que la comunión mutua de las personas tiene una inmensa importancia. El educador es una persona que “engendra en sentido espiritual.” Desde este punto de vista, criar a los hijos puede considerarse un verdadero apostolado. Es un medio vivo de comunicación, que no solo crea una relación profunda entre el educador y el educando, sino que además hace que ambos compartan la verdad y el amor, esa meta final a la que todos son llamados por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Qué consuelo y privilegio para los padres darse cuenta de que la Iglesia reconoce su labor de educar a sus hijos como un verdadero apostolado!

Después de unos párrafos sobre la educación como don de sí mismo, y al afirmar que “La educación, entonces, es ante todo una ‘ofrenda’ recíproca por parte de ambos padres,” el papa escribe:

Con toda razón, entonces, la Iglesia pregunta durante el Rito del Matrimonio: “¿Aceptarán amorosamente los hijos de Dios, y los educarán según la ley de Cristo y de su Iglesia?” En la crianza de los hijos, el amor conyugal se expresa como amor parental auténtico. La «comunión de personas», expresada como amor conyugal al inicio de la familia, se completa así y se lleva a su cumplimiento en la crianza de los hijos. Cada individuo que nace y es criado en una familia constituye un tesoro potencial que debe ser aceptado responsablemente, de modo que no se disminuya ni se pierda, sino que más bien contribuya a una humanidad cada vez más madura. Esto también es un proceso de intercambio en el cual los padres-educadores, a su vez, son en cierta medida educados. Mientras ellos son maestros de humanidad para sus propios hijos, también aprenden humanidad de ellos. Todo esto manifiesta claramente la estructura orgánica de la familia, y revela el significado fundamental del cuarto mandamiento.

La Iglesia reconoce que, en el proceso de enseñar a nuestros hijos, también maduramos nosotros mismos; aprendemos de nuestros hijos. ¿Cuántos de nosotros hemos visto las cosas de modo diferente por causa de un comentario de uno de nuestros pequeños?

Si es cierto que al dar la vida los padres comparten la obra creadora de Dios, también lo es que al criar a sus hijos se convierten en partícipes de su forma de enseñanza paternal y al mismo tiempo maternal. Según san Pablo, la paternidad de Dios es el modelo primordial de toda paternidad y maternidad en el universo (cf. Ef 3,14-15), y en particular de la paternidad y maternidad humanas. Hemos sido completamente instruidos en el modo mismo de enseñar de Dios por el eterno Verbo del Padre, quien, al hacerse hombre, reveló al hombre la auténtica e integral grandeza de su humanidad, es decir, ser hijo de Dios. De este modo, Él también reveló el verdadero significado de la educación humana.

Por medio de Cristo, toda educación, tanto dentro de la familia como fuera de ella, se convierte en parte de la pedagogía salvadora de Dios mismo, dirigida a personas y familias y que culmina en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. El «corazón de nuestra redención» es el punto de partida de todo proceso de educación cristiana, que es igualmente siempre una educación hacia una humanidad plena.

Nosotros los padres somos parte del plan de Dios para educar a nuestros hijos a fin de que alcancen la felicidad eterna con Él en el Cielo. Desde tener a los hijos que Dios creó y luego criarlos con el propósito de alcanzar la eternidad con Él, fluyen gracias que nos hacen estar calificados para enseñar a nuestros hijos lo que necesitan saber para la salvación eterna.

Los padres son los primeros y más importantes educadores de sus propios hijos, y también poseen una competencia fundamental en este ámbito: son educadores porque son padres. Comparten su misión educativa con otras personas o instituciones, como la Iglesia y el Estado.

Pero la misión de la educación debe llevarse a cabo siempre conforme a una adecuada aplicación del principio de subsidiariedad. Esto implica la legitimidad, e incluso la necesidad, de brindar asistencia a los padres, pero encuentra su límite intrínseco y absoluto en su derecho prevalente y sus capacidades reales. El principio de subsidiariedad está así al servicio del amor parental, satisfaciendo el bien de la unidad familiar.

Los padres por sí solos no son capaces de satisfacer todos los requerimientos del proceso completo de crianza de los hijos, especialmente en lo que respecta a su escolarización y a toda la gama de socialización. La subsidiariedad, por tanto, complementa el amor paterno y materno y confirma su naturaleza fundamental, en la medida en que todos los demás participantes en el proceso educativo solo pueden cumplir sus responsabilidades en nombre de los padres, con su consentimiento y, hasta cierto grado, con su autorización.

La familia está llamada a realizar su tarea educativa en la Iglesia, participando así de su vida y misión. La Iglesia desea llevar a cabo su misión educativa ante todo a través de las familias, que son capacitadas para esta tarea por el sacramento del matrimonio, mediante la “gracia de estado” que se deriva de él y el carisma específico propio de toda la comunidad familiar.

¡Qué reconfortante es ver que la Iglesia quiere que los padres realicen la tarea de educar a sus hijos! La Iglesia reconoce que, por el sacramento del Matrimonio, los padres son capacitados para enseñar a sus hijos.

Una de las áreas en las que la familia tiene un papel insustituible es sin duda la de la educación religiosa, que permite que la familia crezca como una “Iglesia doméstica”. La educación religiosa y la catequesis de los hijos convierten a la familia en un verdadero sujeto de evangelización y del apostolado dentro de la Iglesia. Estamos hablando de un derecho intrínsecamente vinculado al principio de libertad religiosa. Las familias, y más concretamente los padres, son libres de elegir para sus hijos un tipo particular de educación religiosa y moral que sea conforme a sus propias convicciones. Incluso cuando encomiendan estas responsabilidades a instituciones eclesiales o a escuelas dirigidas por personal religioso, su presencia educativa debe seguir siendo constante y activa

Las clases de educación religiosa están bien para los padres que desean usarlas, pero los padres son “libres de elegir” para sus hijos una iglesia local, una escuela o incluso su propio programa de educación religiosa en casa, siempre y cuando, por supuesto, esté en consonancia con las enseñanzas de la Iglesia.

El evangelio del amor es la fuente inagotable de todo lo que nutre a la familia humana como una “comunión de personas.” En el amor, todo el proceso educativo encuentra su apoyo y significado definitivo como fruto maduro del don mutuo de los padres. A través de los esfuerzos, sufrimientos y desilusiones que forman parte de la educación de toda persona, el amor es constantemente puesto a prueba. Para superar la prueba, se necesita una fuente de fuerza espiritual. Esta solo se encuentra en Aquel que “amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Por tanto, la educación es plenamente parte de la “civilización del amor.” “[La educación] depende de la civilización del amor y, en gran medida, contribuye a su edificación.”

La oración constante y confiada de la Iglesia durante el Año de la Familia es por la educación del hombre, para que las familias perseveren en su tarea educativa con valentía, confianza y esperanza, a pesar de las dificultades, que ocasionalmente son tan graves que parecen insuperables. La Iglesia ora para que las fuerzas de la “civilización del amor”, que tienen su fuente en el amor de Dios, triunfen. Estas son fuerzas que la Iglesia despliega sin cesar para el bien de toda la familia humana.

La Verdad y el Sentido de la Sexualidad Humana

El Consejo Pontificio para la Familia publicó este documento en 1995 con el subtítulo “Directrices para la Educación dentro de la Familia.” Está dirigido específicamente a los padres, como se señala en el comentario introductorio del Cardenal Trujillo, quien presidía el Consejo Pontificio para la Familia. Aunque el énfasis del cardenal está en la enseñanza de la sexualidad humana a los niños, el documento también subraya los derechos de los padres en toda la educación. En un artículo que explica por qué el Consejo publicó el documento, el Cardenal Trujillo escribió:

El derecho de los padres a ser los primeros educadores de sus hijos, especialmente durante la infancia y la adolescencia, es un requerimiento del orden natural y representa un punto alto constante en la enseñanza de la Iglesia. En la Carta a las Familias… el documento recientemente publicado comenta: “…los padres están llenos de un potencial educativo que nadie más posee. De una manera única, conocen a sus propios hijos; los conocen en su identidad irrepetible, y por la experiencia, poseen los secretos y los recursos del verdadero amor” (n.7).

Por supuesto, el Pontificio Consejo para la Familia se da cuenta de que no todas las familias son plenamente conscientes de este derecho y deber que les es propio e insustituible, en circunstancias normales. A veces, las familias dejan esta tarea al silencio, a la influencia indirecta pero a menudo nociva del azar, la televisión o la escuela… De este modo, ha tenido lugar una especie de expropiación por parte de las escuelas, o más bien por parte de personal que no está en armonía con los padres, que actúan usando métodos que no están de acuerdo con los padres y que a menudo solo se preocupan por promover sus propias concepciones pragmáticas o ideológicas…

Además, no debemos pasar por alto el hecho de que, en esta situación, las organizaciones que promueven la planificación familiar y están guiadas por el precepto del anti-natalismo han encontrado maneras de insertarse en la “educación” de los adolescentes y de ocupar el lugar de las familias.

En Verdad y Sentido, el Capítulo IV sobre “Padre y Madre como Educadores” es clave para mostrar una vez más que la Iglesia considera a los padres como los principales educadores y los que toman las decisiones sobre la educación de sus hijos, especialmente en áreas tan importantes como la sexualidad humana.

Como esposos, padres y ministros de la gracia sacramental del matrimonio, son sostenidos día a día por energías espirituales especiales recibidas de Jesucristo, quien ama y nutre a su Esposa, la Iglesia.

…el Sacramento del Matrimonio, que los consagra para la educación estrictamente cristiana de sus hijos: es decir, los llama a compartir la misma autoridad y amor de Dios Padre y Cristo Pastor, y en el amor maternal de la Iglesia, que los enriquece con sabiduría, consejo, fortaleza y todos los demás dones del Espíritu Santo para ayudar a los hijos a crecer como seres humanos y como cristianos (n. 37)…

Los padres nunca deben sentirse solos en esta tarea. La Iglesia los apoya y los anima, con la confianza de que pueden desempeñar esta función mejor que cualquier otra persona (n. 40)…

Es extremadamente importante que los padres sean conscientes de sus derechos y deberes, especialmente frente a un Estado o una escuela que tiende a tomar la iniciativa en el ámbito de la educación sexual.

El Santo Padre Juan Pablo II reafirma esto en Familiaris Consortio: “El derecho y deber de los padres de educar es esencial… es original y primario… y es insustituible e inalienable.” (n. 41)

Esta doctrina está basada en la enseñanza del Concilio Vaticano II y también es proclamada por la Carta de los Derechos de la Familia: “Dado que han conferido la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educarlos; por tanto, tienen… el derecho de educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas (n.42)…

Nadie es capaz de brindar una educación moral en esta área tan delicada mejor que los padres debidamente preparados (n.43).

Este derecho también implica un deber educativo. Si, de hecho, los padres no brindan una formación adecuada en la castidad, están fallando en su deber específico. Igualmente, serían culpables si toleraran una formación inmoral o inadecuada que se esté dando a sus hijos fuera del hogar (n.44)…

Por tanto, a través de este documento, la Iglesia sostiene que es su deber devolver a los padres la confianza en sus propias capacidades y ayudarlos a cumplir su tarea (n.47).

En conclusión, los documentos de la Iglesia apoyan y alientan plenamente a los padres en la educación en casa de sus hijos.

Juego «Battleship» para aprender los elementos de la Tabla Periódica

Parece que el juego de «Battleship» se conoce como «Batalla Naval» o «Hundir la Flota» en otros países. Si tus hijos lo han jugado, les va a gustar hacerlo con los elementos de la Tabla Periódica. Esta idea me la encontré en internet y me pareció excelente para realizarla con los niños de nuestra cooperativa en el 2018. Te puedo decir que mi hijo Eduardo ¡se motivó mucho a aprenderse los elementos así!

Desafortunadamente no recuerdo en dónde lo ví, pero para efectos de darte una idea de cómo jugarlo, le pedi a ChatGPT que me escribiera unas instrucciones sencillas a seguir y parece que ¡le gustó! jajaja:

¡Qué gran idea! Usar una versión de «Batalla Naval» con la Tabla Periódica es una forma creativa y divertida de enseñar los elementos a los niños. Aquí te dejo una versión clara y sencilla de las instrucciones para que puedas compartirlas con otras familias de tu cooperativa:


🧪🎯 Batalla Naval: Edición Tabla Periódica

Objetivo: Aprender los elementos de la tabla periódica mientras se juega una versión educativa del clásico Battleship (Batalla Naval).


🎲 Materiales (por jugador o equipo):

  • 2 copias impresas de la tabla periódica (por jugador) (Nosotros los enmicamos):
    • Una será tu propio tablero para colocar tus «barcos» (nosotros usamos el sharpie para marcar los barcos).
    • Otra será el tablero de ataque para registrar los disparos al rival.
  • Lápiz y borrador o marcadores de colores. (Nosotros usamos sharpies)
  • Lista de los símbolos químicos-opcional para apoyo.

📍 Preparación del Juego:

  1. Cada jugador recibe dos tablas periódicas.
  2. En una de ellas, el jugador colocará sus «barcos», que pueden ser:
    • 1 barco de 3 casillas-elementos contiguos en línea horizontal o vertical.
    • 2 barcos de 2 casillas.
    • 2 barcos de 1 casilla.
  3. Los jugadores deben mantener oculta su tabla con barcos.

🧠 Cómo se juega:

  1. El primer jugador «dispara» diciendo un símbolo químico (por ejemplo: «Na»).
  2. El oponente responde:
    • «Agua» si no hay barco.
    • «Tocado» si dio en una parte del barco.
    • «Hundido» si completó todas las partes del barco.
  3. Cada jugador registra los disparos en su tabla de ataque usando:
    • ❌ para «agua»
    • ● para «tocado»
    • ⛵ o ⚓ para «hundido»
  4. Se turnan hasta que un jugador hunde todos los barcos del oponente.

Reglas opcionales:

  • Para niños más pequeños, se pueden dar pistas, como el número atómico o el grupo.
  • Para mayor dificultad, el disparo puede ser con el número atómico en lugar del símbolo.
  • También puedes pedir que digan el nombre completo del elemento para reforzar vocabulario.

🧒👧 Beneficios del juego:

  • Reforzar el conocimiento de los símbolos químicos.
  • Ubicación de elementos en la tabla periódica.
  • Mejora de la concentración y la memoria.

¡Todo por amor a Cristo!

Xhonané

Óperas y Ballet

La Cenerentola – Puccini 2013